En un asiento de un autobús que daba tumbos por un camino rural, iba un delgadísimo anciano con un ramo de rosas frescas en la mano. Al otro lado del pasillo viajaba una muchacha cuyos ojos se volvían una y otra vez hacia las flores.
Cuando al anciano le llegó el momento de descender, impulsivamente dejó caer las flores sobre la falda de la chica.
—Ya veo que te gustan las flores —explicó—, y creo que a mi mujer le gustaría que las tuvieras. Le diré que te las he dado.
La joven le agradeció las flores y se quedó mirando al anciano que, tras bajarse del autobús, cruzó el umbral de un pequeño cementerio.
Autor: Bennet Cerf
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